Se cuenta el pecado pero no el
pecador. Pues lo mismo pero al revés: contamos el milagro, pero no el héroe. Este relato, basado en hecos reales, es un
trayecto de indagación y sinrazón por los entresijos de la Administración es lo
que nos trae la historia de uno de los trabajos más duros de Xedega, en el que
no nos dejamos intimidar por los mitos más oscuros sobre la burocracia, le
concedimos el beneficio de la duda y nos sorprendimos con su faceta más humana.
No hace
mucho tiempo una empresa entró en el
procedimiento judicial conocido como Concurso de Acreedores. Para el relato, el Administrador concursal, nuestro
villano particular, emprende el proceso de liquidación como el robot de una
cadena de montaje y somete a subasta todo el inmovilizado de la empresa en
cuestión.
Por su parte, 11 trabajadores
contaban con los dedos de las manos sus últimos días de trabajo y a falta de
otra alternativa, conscientes de su experiencia, decidieron ponerse en contacto
con la Xunta para formar una cooperativa, ya que “nos suena que cuando una
empresa se disuelve, los trabajadores suelen formar cooperativas”. Primer
batacazo. Es agosto y la Xunta está bajo mínimos, pero los ponen en contacto
con una asesoría de las Rías Baixas. Sobrepasados de trabajo y faltos de
personal, los remiten a Xedega (“ahí siempre trabajan”) y empieza la odisea.
Lo primero, estar decididos. Siete
de los 11 ex trabajadores pidieron una capitalización del paro para hacer una
oferta por todo el patrimonio de la empresa y así continuar con su labor. Pero
el Administrador lo tenía muy claro. Vender al mejor postor. Recuperar todo
cuanto pudiera al mayor precio posible y la oferta de los trabajadores (la
cuarta parte del precio de partida) no hacía siquiera frente a una oferta
extranjera por cuatro máquinas. Como representante de la justicia, el abogado
tenía todas las papeletas para solucionar el problema como más le beneficiara.