La teoría de la relatividad puede
ser un buen punto de partida para abordar este asunto, un concepto
tremendamente útil para explicar hasta qué punto las implicaciones de un mismo
problema, a muy diferentes escalas, pueden resultar idénticas, con la solución
común de la cooperación.
Se trata de una reflexión que nos
surge a raíz de las elecciones al parlamento europeo y que nos permiten
extrapolar el funcionamiento de las personas a nivel individual hasta unos
términos supranacionales, sin remitirnos a nada más que a los principios más
básicos de la libertad: "la de cada uno acaba donde empieza la de los demás”.
Así, creemos que del mismo modo que
una convivencia sostenible se basa en permitir al ser humano que fluya con su
diferencia en un entorno de respeto y convivencia, también consideramos que la
convivencia europea que las políticas comunes están instaurando a un ritmo
imparable debería estar apoyada en los mismos pilares: un camino conjunto en el
que, más que luchar por reivindicar nuestras diferencias, podamos llevarlas de
la mano hacia una especie de sinergia que favorezca la unión y la cooperación
de todos los territorios del continente, estableciendo como prioridad el
establecimiento de un Gran Bloque Europeo como mercado único en el que, no
obstante, cada país y territorio no se vea obligado a renunciar a su historia,
tradiciones o lengua. Así, con nuestras peculiaridades, convivir hasta la vejez
de la misma manera que una familia de seres humanos, con sus discusiones,
controversias y discrepancias.
Es esta una cuestión que entronca
directamente con el problema de la abstención, con tratar de explicar cómo, en
un contexto en que todas las campañas están dirigidas a aumentar la
participación, los candidatos no son capaces de analizar sus defectos de raíz
para darse cuenta de que, bajo una participación de alrededor del 46 % solo
puede subyacer un error de base, una incoherencia. Desde nuestro punto de
vista, son dos las posibilidades más plausibles para intuir este escepticismo
generalizado hacia nuestra pertenencia en Europa:
1.
El embotamiento producido por las cuestiones
autonómicas, que parece dirigir a una suerte de afán de diferenciación y ley
del mínimo esfuerzo, que solamente conduce a la inoperancia (lo cual no implica
que no debamos reivindicar y respetar, como mencionamos más arriba, los
orígenes de cada territorio).
2. Las normas básicas de respeto y convivencia
dictadas por las altas esferas europeas no empatizan con la personalidad y la
sensibilidad propia de nuestra historia, tradición, costumbres, etc., fuente
más que suficiente para el distanciamiento y la escasa sensación de
pertenencia.
Por ello, dando por hecho, debido
a estas sinergias que se podrían obtener, que ha de ser Europa la que marque
las grandes líneas políticas, sociales, económicas, fiscales y jurídicas de sus
estados miembros (de hecho sería absurdo negar que esto ya está ocurriendo),
creemos que el cambio de mentalidad debe darse desde la raíz, desde ese primer
peldaño que supone la educación. Un programa educativo lo más universal posible
supondría una importante vía hacia la solución, si bien se antoja algo muy
complicado mientras nuestros dirigentes no sean capaces de ampliar sus horizontes
hacia un bien más común que propio.
Juan Gómez y Brais Suárez